El reloj marcaba las 7:35 de la mañana. Abrió
los ojos y no supo reconocer donde estaba. Rápidamente se dio cuenta de que
bajo la sabana estaba desnuda. Algo instintivo y primario que venía de la boca
de su estomago le estaba poniendo la carne de gallina. De repente se encontraba
aterrada. Su pie había rozado una pierna al otro lado de la cama. Tuvo que
reprimir las ganas de chillar aunque todo en ella estaba gritando: “Sal de ahí
¡Corre!”. Se deslizo de la cama hasta el suelo. Allí estaba su ropa. Parte en
el suelo (su ropa interior) y parte sobre una silla.
El hombre produjo una especie de ronquido que
la sobresalto. Se fijo por un instante en él. Era un hombre mayor, de
unos 50 años o más, calculó. Y no era precisamente guapo. Tuvo que reprimir la
nausea. Se llevo la mano a la boca pero su rabia pudo más. Grito con todas sus
ganas. Las palabras salían atropelladas de su garganta: Violador, cerdo,
cabrón… Se dirigió a la puerta con la ropa en la mano mientras gritaba para que
avisaran a la policía. No hizo mucho más. El hombre le había asestado un
puñetazo en la espalda en toda la columna. Cayo de bruces contra el suelo.
El hombre le susurro que se callase. Ella
intentó gritar de nuevo al tiempo que hacia fuerza con sus brazos para
incorporarse. Todo fue inútil. El hombre se abalanzó sobre ella y comenzó a
golpearla con los nudillos en los riñones, dejándola sin respiración. La
tomo de la cabeza y echándola hacia un lado le partió el cuello.
El hombre se echo a un lado en el suelo y
tomo aire. Estaba muy cansado. El esfuerzo físico que había tenido que hacer
para matar a la chica le estaba pasando factura.
Recogió sus cosas rápidamente. Metió todo en
la maleta y salió de la habitación. No lloro hasta que no se monto en el coche
y empezó a conducir.
Cuando la policía pregunto al recepcionista
de la noche acerca de la pareja afirmo: “Se les veía tan felices y cariñosos el
uno con el otro que parece que estuvieran de luna de miel”.
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